ıllıllı ω я ι т є ω ι т н м є ıllıllı

ω я ι т є ω ι т н м є
A veces los sueños estan tan alejados de la realidad que,
cuando uno sueña con volar,
segundos despues termina en el suelo
con varias extremidades rotas y un derrame cerebral

(Jazz Noire)

19 nov 2010

Copo de Nieve



“Copo de Nieve”

"Solo es cuestión de correr sin importarte los demás para salvar tu vida, a menos de que sea una mujer que no parece darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor. "¿Ropa invernal? ¿En pleno verano?"

Hasta hace un par de minutos había pensado en que hoy sería uno de esos días de primavera perfectos, en los que no se puede hacer otra cosa más que salir a dar un tranquilo paseo por el parque y olvidarse de todas esas tenciones y preocupaciones que uno carga consigo; pero, ahora que solo puedo correr para salvar mi vida, ya no lo parece tanto.

Aunque claro, bien pude haberme librado de todo este problema si tan solo hubiera puesto en alto mi papel de hombre y no ceder ante la petición de una mujer…
— Hoy hace un día hermoso. ¿Por qué no sales y das un paseo para que te des estreses un poco? Puedes ir a ese parque al que siempre voy a leer, es realmente tranquilo — sugirió mí prometida Loreta esta mañana, en el desayuno, mientras comenzaba a colocar un reloj “Nivada” en su muñeca. Ella siempre usa ese reloj.

Aunque, a decir verdad, había estado pensando en una idea similar. Los preparativos para nuestra boda me tenían muy estresado y advertían con matarme antes de llegar a esa ansiada fecha; pero en mi cabeza se presentó la imagen de un parque mucho más cercano del que ella había sugerido. Y, sinceramente, si pensaba caminar ¿Por qué caminar quince cuadras para llegar a el?

— Estaba pensando en algo similar — contesté – pero pensaba ir al que está más cerca. – Ella resopló, haciendo que con su aliento un pequeño mechón de cabello rizado y cobre volara unos cuantos milímetros de esas bronceadas y hermosas facciones que conformaban un rostro que siempre me había encantado.

— ¡Pero si ese parque está lleno de vándalos y drogadictos! No vas a lograr tu cometido ahí. Ve al otro amor, por favor.

— Iré, si tú me acompañas — le propuse, mientras tomaba su barbilla y la acercaba hacia mí, para besarla.

— Sabes que no puedo — ella se quitó antes de lograr mi cometido — hoy tengo que ir a la prueba de vestido… Yo sola — agregó antes de que yo pudiera renegar algo al respecto. – Así que, por favor, prométeme que iras a dar un paseo al parque al que yo voy.

— Pero…

— Prométemelo.

Resoplé resignado. Ella era una de las mujeres más tercas que había conocido en toda mi vida, y aún así le amo demasiado.

— Esta bien, te prometo que iré a dar un paseo al parque al que tú vas.

— Gracias amor – dijo mientras se acercaba a darme el beso que momentos atrás le había pedido.

Una petición, una promesa, un amor… La promesa que tuve que hacer ante la petición de mi amor cavía en la posibilidad de llevarme directo hasta la tumba.

Cuando me comprometí con esa mujer estaba dispuesto a morir por ella si era necesario y en esos momentos continuaba siendo así; es solo que, realmente, esto no era lo que tenía en mente.

Sé que la única forma de sobrevivir en estos momentos es mirar al frente e ignorar; ignorar las explosiones detonándose a mi lado; las balas, rocas, palos y cualquier otro objeto que pudiera ser arrojado pasan casi rozándome. Las personas que van quedando atrás, pasando así a un segundo plano. Ahora, lo único importante es mi vida, la vida que deseo entregarle completamente a la mujer que amo.

¿Por qué tenía que haber una protesta precisamente en este parque, precisamente en este día? ¿Y por qué esta protesta tenía que haberse salido de control y de una manera tan violenta?

¿Violenta he dicho? Esto parece una verdadera masacre. ¿Dónde se ha metido la policía en estos momentos? Oh, cierto, olvidaba a esos monigotes vestidos de azul que parecen causar más caos que los mismos protestantes.

Pero, al final de toda esta mortal carrera por salvar mi vida; ¿Quién iba a decir que terminaría por olvidar, por ignorar completamente la razón del por qué debía correr sin detenerme? ¿Del por qué tenía que salir de aquel parque cuanto antes? Del por qué… el por qué… el por qué… el por qué mi mente ahora vagaba perdida, ausente, desconectada, hundida en la sola imagen de una mujer…

Y no pude dar un solo paso más. En ese momento éramos sólo nosotros dos, hundidos en la infinidad de una nada, como si toda aquella masacre hubiese desaparecido en el mismo instante en que puse mi mirada en esa mujer.

¿Pero cómo poder ignorarla? ¿Cómo poder ignorar a una mujer que parece leer un libro plácidamente sentada en medio de una completa masacre? ¿Cómo poder ignorar a una mujer que parece no percatarse de toda ese alboroto, esa violencia que pasa alrededor suyo? Y sobre todo, ¿Cómo poder ignorar a una mujer que, siendo primavera, esta vestida de pies a cabeza con ropa invernal como si fuese un día nevado?

Chamarra bordeada de peluche, pantalones posiblemente 100% lana, bufanda, botas y guantes ideales para una tarde fría de invierno; y para terminar el conjunto, un gorro tejido. Esa era la vista que había terminado por robarme la consciencia, consciencia que durante tanto tiempo me había estado pidiendo, no, ordenando que corriera, escapara, que salvara mi vida.

Y no pude más. Intenté con desesperación dar una explicación lógica a lo que veía y sabía que no podría volver en sí hasta que lo hiciera; pero no lograba encontrar algo que encajara con todos los hechos.

¿Qué tal si era sorda? Eso explica por qué no escuchaba los gritos, las explosiones, los disparos, las sirenas… Todo el escándalo y el desorden que pasaba a su alrededor, pero no el por qué no veía a todo esa gente que cae frente a ella ni la que pasa a su lado casi rosándola.

¿Y si también era invidente? Eso hubiera sido la explicación más coherente que hubiera podido encontrar, si tan solo no contara con el hecho de que parece leer un libro con demasiado interés.

Al ser empujado por decima vez y estar a punto de caer desde que me había prácticamente congelado a una distancia considerablemente extensa de esa mujer, me di cuenta de que no podría estar consciente de las consecuencias de no correr, hasta que al fin descubriera qué demonios sucedía con ella.

Comencé a acercarme a la banca donde leía, tratando de esquivar a la multitud y a los múltiples golpes y empujones que esta traía consigo.

Después de varias caídas a medio completar, terminé tirado en el suelo sin nada más que hacer que intentar levantarme, mientras mis brazos me servían como escudos para protegerme de los golpes, patadas y pisotones de los cuales era víctima.

Tardé un par de minutos en mi perspectiva o, quizás, varios segundos de tiempo real en lograr ponerme de pie otra vez. Pero cuando al fin logre posar mis ojos de nuevo en aquella mujer, ya era demasiado tarde.

Mi vista fue cubierta por completo por unas llamas que parecían proceder del mismo infierno, llegando a tener el tamaño preciso que hacía parecer un deseo de llegar a las nubes y quemar el cielo. Y aquella mujer había quedado oculta entre lenguas rojizas y anaranjadas provenientes, muy seguramente, de alguna granada o bomba casera que de manera desafortunada había llegado a su lado.

Caí de rodillas, estupefacto, inmóvil, en un shock que me hacía incapaz de saber qué hacer o en qué pensar.

Si tan sólo no hubiera sido tan torpe como para caer, quizás, solo quizás, hubiera podido salvarle la vida a esa mujer… O quizás, ahora mismo fuera prisionero del mismo infierno que ella.

Mi cuerpo continuaba clavado en el suelo, pero mi vista se había movido dejando atrás la escena protagonizada por las llamas, casi extinguidas, y el humo que ahora se abría paso por el lugar. No, ahora ellos se posaban solo en el gorro tejido que, al parecer, había volado de la cabeza de la mujer, seguramente cuando la granada explotó, quedando a escasos centímetros de mí… Ese gorro ahora era lo único tangible que había quedado de ella.

Perdido en aquellas imágenes que deseaba fueran solo producto de mi hiperactiva imaginación o de una terrible pesadilla causada por el estrés, fue como sin notarlo, me encontré a escasos segundos de tomar aquel gorro entre mis manos.

Y estuve a punto de hacerlo, si no hubiera sido por aquella nueva escena que apareció ante mis ojos, clavándome nuevamente al suelo, inmóvil, tembloroso y más que nada, completamente horrorizado.

¿Sueño? ¿Realidad? ¿Locura? Realmente no sabía cómo calificar lo que estaba viviendo, lo que veía. Ahora ante mis ojos, aquella mujer que había dado por muerta, quizás hasta irreconocible por las numerosas heridas que la explosión debió de haberle dejado sobre su cuerpo, se posaba ante mi vista completamente ilesa, sin ningún rasguño, herida o quemadura que diera por enterado lo que anteriormente le había pasado, y con ropa tan impecable e invernal como lo recordaba.

Sí, esa mujer que había emergido de las llamas y el humo que debieron haberse convertido en su tumba, se dirigía hacia mí, lenta, grácil y aterradora; deteniéndose a escasos centímetros de mi presencia, inclinando parte de su cuerpo hacia el suelo y tomando aquel gorro que había volado de su cabeza.

Una vez que ella se encontró de pie nuevamente, mientras ponía el gorro en su lugar y posición original, llevé mi mano hacia su hombro, no solo para llamar su atención y preguntar si se encontraba bien - cosa que parecía obvia, pero no coherente ante la falta de cualquier herida en su piel o maltrato en su ropa -, era más que nada para saciar la curiosidad de descubrir si ella era real o no.

Y por desgracia, para mi salud mental, lo era, ella era real. Sentí su cálido hombro envuelto en lana invernal.

Dio un respingón ante el contacto y clavó sus ojos en mí, o por lo menos eso pareció durante un segundo, ya que pude sentir cómo su vista me atravesó por completo, como si yo hubiera sido algo invisible, imposible de interrumpir el trayecto de su vista hacia lo que realmente parecía observar: La nada.

Pero este hecho me dio paso a un nuevo descubrimiento que me había arrojado tan lejos de la cordura que casi podía sentir como la locura comenzaba a tomar control sobre mí.

Esa mujer tenía un gran parecido con mi prometida, con Loreta. ¡Esta bien! ¡¿A quién demonios engaño!? Ella, la misma que parecía estar hecha de algún material anti-bombas o ser de otro planeta, era mi prometida…

¡Y claro que era ella! Cómo no reconocer ese hermoso cabello cobrizo que caía, rizado y suave, enmarcando la tez bronceada y las facciones perfectamente definidas de una mujer realmente hermosa.

Pero… hubo algo; algo que me hizo caer en la cuenta de que quizás había enloquecido debido al estrés del momento – prefería pensar que estaba loco antes de aceptar que todo eso era real – o que quizás todo era una pesadilla... Sí, una pesadilla… eso era. Pronto tendría que despertar y toda esa locura por fin llegaría a su fin.


Su mirada, la mirada de esa supuesta Loreta, había sido ese algo. Los ojos que en ese momento me observaban no eran los mismos que me habían hecho enamorar de ella, no lo eran, eran unos ojos muertos desde hace mucho tiempo; eran los ojos de alguien que había perdido su alma dejando solo un cascaron vacio en este mundo; eran los ojos de alguien viejo, amargado, arrastrando un dolor tan grande que podía transmitirlo con la mirada.

Y esas arrugas, aquellas arrugas que enmarcaban sus ojos demostraban que esta supuesta prometida mía era diez años mayor a la que, ahora podía asegurar, me esperaba en casa; mi verdadera y amada Loreta.

— Ya es tarde… — susurró, a la par de que miraba un desgastado y viejo reloj “Nivada” que portaba en la muñeca.

Y se fue, sin decir ni mirar nada más, ignorando aquel mundo que aún se destrozaba a su lado con bombas caseras y granadas, aquel mundo en donde la gente corría aterrada y caía muerta.

Pero sobre todo, ignorándome a mí, pasando a mí lado como si yo fuese invisible, irreal. O quizás todo este mundo no era su realidad, quizás este mundo siempre fue y será invisible para ella.

Y ahora podía correr, huir nuevamente. Aquella mujer ya había desaparecido de mi vista, ya no importaba, ya no debía importarme, ahora solo importaba de nuevo por mi vida, después podría ocuparme y quebrarme la cabeza con todo este asunto.

Pero no corrí, no huí como lo debí de haber hecho. No, no lo hice porque una extraña sensación proveniente de la palma de mi mano llamó mi atención. La miré y, al observarla, pude notar cómo un pequeño copo de nieve se derretía en ella.

Aunque ese sentimiento de frialdad desapareció enseguida, cuando una gran llamarada de fuego cubrió por completo mi vista, y con ella, mi cuerpo.

Al parecer una bomba o granada me había alcanzado, cayendo justo enfrente de mí.


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Ni siquiera el hecho de encontrarse leyendo su libro favorito de toda la vida podía sacarle ni la más mínima de las sonrisas.

Aquel parque le traía tan amargos y crudos recuerdos, a pesar de que tuvo la suerte de no haber vivido aquellos momentos que seguramente la habrían matado de inmediato. Y quizás eso era la razón por la cual ella podía pisar aquel pasto cubierto de nieve, que años atrás había sido cubierto de sangre, sin caer por completo en la desesperación del dolor y en la locura de los recuerdos.

Aún así le dolía estar allí; y no podía dejar de visitar cada martes de cada semana ese parque. Fue un martes cuando él murió.

Un gesto de dolor cruzó por su rostro al recordarlo, a pesar de haber pasado ya diez años desde la última vez que lo vio con vida, no lo podía dejar ir… no, todavía no. Todavía la culpa la carcomía lentamente, la culpa de haber llevado ella misma a su amado prometido directo a la muerte.

Él no quería ir, y aun así ella lo obligo.

Si tan solo no hubiera sido tan terca y hubiera aceptado los deseos de su prometido quizá ahora sería una gran esposa y una excelente madre viviendo al lado de la hermosa familia que pudo haber formado con él. Aunque quizás, solo quizás, ella hubiera encontrado otra forma de llevarlo a una nueva perdición, y todo ocasionado por su estúpida terquedad.

Sí, la culpa la carcomía lentamente…

Sentada en una banca del parque, un número considerable de copos de nieve comenzaron a caer lentamente del cielo, quedándose adheridos en su chamarra bordeada de peluche; sus pantalones 100% lana; su bufanda, botas y guantes ideales para esa tarde fría de invierno; y para terminar su conjunto, un gorro tejido.

Antes de que se diera cuenta y siquiera pensara que era ya hora de irse, una ráfaga de frio viento invernal le arrebato el gorro de sus rizados y cobres cabellos, que enmarcaban una tez bronceada y unas facciones perfectamente definidas; alejando el gorro de ella, pero finalmente dejándolo postrado inmóvil en el suelo.

Suspiro más con cansancio que de fastidio, y desganada cerró su libro y se dirigió a recoger aquel gorro que el viento le había robado. Una vez lo tuvo de nuevo en su poder, lo llevó sin contratiempos de nuevo a su cabeza.

Fue ahí cuando sintió una extraña sensación que recorrió toda su espina dorsal hasta terminar en su hombro, como si alguien lo hubiese tocado; un hecho prácticamente improbable, debido a que a su alrededor, ella era el único ser vivo que se encontraba a un par de metros a la redonda. Exacto, el único ser vivo.

Dio un respingón y clavó sus ojos en la nada. Su mente y su mirada, una mirada muerta de alguien que había perdido su alma dejando solo un cascaron vacío en el mundo; una mirada de alguien viejo, amargado, arrastrando un dolor enorme que podía transmitir con facilidad; una mirada y una mente que se perdía en el trayecto que seguían esos pequeños copos de nieve que se precipitaban lentamente. Naciendo en el cielo, creciendo en el aire y muriendo en el suelo.

“A él le hubiera encantado estar ahí observando ese bello paisaje”, pensó.

Entonces volvió a la realidad…

— Ya es tarde… — susurró, a la par de que miraba su desgastado y viejo reloj “Nivada” que portaba en la muñeca.

Pronto atardecería, y con eso vendría una oscura noche invernal, demasiada peligrosa para que una mujer caminara sola por las calles. Y aun tenia cosas por hacer.

Era martes, y cada martes de cada semana ella seguía siempre la misma rutina. En las mañanas mantiene un ayuno en honor a su difunto, haciendo, en su lugar, una breve caminata por su vecindario. Por el mediodía, después de la comida, se dirige al mismo parque de siempre a leer un libro hasta el atardecer, para después pasar por el cementerio y llevar un hermoso ramo de flores a la tumba de su prometido antes de que la noche la tomara desprevenida.

Los primeros colores del atardecer comenzaron a pintar el cielo. Era ya hora de irse.

Y Loreta se fue, sin decir ni mirar nada más; solo mordiendo levemente su labio inferior para apaciguar un poco el dolor interno que siempre le aquejaba al pasar por aquel sitio, sitio en el cual se podría apreciar un modesto monumento de piedra en el cual se distinguía la siguiente inscripción:

“En Honor a los caídos de la Protesta de 1990”

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